Ayer me crucé con mi vecina del cuarto y subimos juntos por la escalera. En ese tiempo que tardamos en llegar hasta la cuarta planta nos dio tiempo a salvar el mundo. O a hundirlo más.
Por qué te cuento esto, pensarás…
Pues mira,
Resulta que acababa de venir del supermercado y estaba indignada por el alto precio del aceite de girasol. Que qué vamos a hacer. Que no hay derecho. Que a dónde vamos a llegar. Que así no se puede llegar a fin de mes. Que el gobierno debería hacer algo…
Y así una larga retahíla de quejas.
Del aceite de girasol saltó al precio de la luz, luego al precio del gas, luego se empezó a quejar de que le habían subido la cuota del colegio de su hijo, que tenía que gastar más dinero en gasolina para ir a trabajar y que su sueldo no se había movido desde hace años.
Vamos, las típicas quejas de muchos ciudadanos de a pie.
¿Sabes lo bueno de la historia?
Que le pregunté qué hacía ella para poner solución a todo eso (o por lo menos para minimizar los efectos).
Si pudiera haberle hecho una foto a su cara, la enmarcaría y la colgaría. En mi casa no, claro.
Pues se sorprendió con la pregunta.
Que qué podía hacer ella, si ella era la víctima de este sistema y de esta sociedad.
Que qué podía hacer ella si la culpa la tienen los otros (incluido el gobierno)…
En el rellano del piso, antes de entrar en casa, le comenté que quizá podría buscar otro trabajo que le pagaran más (me puso mala cara).
Le dije que podría irse en transporte público a la oficina (me puso mala cara).
También le dije que podría invertir sus ahorros para que no le afectara la subida de los precios (me puso mala cara)…
Finalmente desistí. Nos despedimos.
Mi intención no es convencer a nadie para que abra los ojos, pero me pone un poco de mala leche cuando me encuentro con personas que se sienten tan «víctimas» del sistema, pero no son capaces de mover un dedo por ponerle remedio.
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Te deseo un gran día
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